domingo, 10 de julio de 2016

Retorno.

Deixar o lugar que nos viu nacer sempre é difícil, pero máis difícil é voltar a el...

E alí estaba ela, de pé ante os negros barrotes daquela impoñente finca. Despois de cinco anos aínda non sabía se estaba preparada para combatir aquelo que noutro tempo a fixera saír dese lugar. Tería valor para enfrontarse á súa familia, a súa esencia e ao que realmente era? Tiña claro que fuxir non era a solución: os demos que levaba consigo dende nena perseguíana alá onde fose, polo que Eila debía atallar o problema dende a raíz. Non traía equipaxe, só as múltiples vivenzas que neste tempo lle ensinaran a ver o mundo con outros ollos. Todas as persoas, todos os consellos, todos os perigros e tamén todas as lembranzas felices que lle daban a forza necesaria para estar onde estaba agora. Aprendera a aceptarse a si mesma, e a usar o seu don para facer o ben, cousa que, por desgraza, moitos membros da súa temida familia non compartían. 

Eila suspirou, agarrou ao seu cabalo das riendas e atouno a uns pasos más alá da verxa, onde comezaba o muro de pedra. Despois, collendo todo o aire que puido no seu peito, pousou as súas mans sobre os pesados barrotes de ferro que conformaban aquela porta. O contacto co frío material lembroulle o que lle esperaba nas próximas horas, e repetiuse a ela mesma que estaba preparada. Contou ata tres e empurrou con forza. A vella porta abriuse en medio de agudos ruídos, cortando o silencio do luscofusco. A rapaza sabía que ainda quedaba outra barreira que pasar, polo que decidiu non demorarse moito e comezar a subir o carreiro que conducía á impoñente mansión, situada na cima da colina. Uns metros máis alá, comezando xa a pendente do camiño, Eila observou que o aire que quedaba entre ela e a ladeira volvíase máis turbio, difuminando a paisaxe que tiña diante dos ollos. Instintivamente, sacou o colgante que levaba ao pescozo: dous dragóns engarzados rodeando unha cruz invertida. A rapaza colocou o colgante na palma da súa man e estendeu o brazo cara adiante. Pechou os ollos, e despois duns segundos, comezou a notar cómo o colgante se quentaba pouco a pouco. Queimáballe a man, pero ela apretou os dentes e concentrou toda a súa enerxía na barreira. A corrente de poder do muro invisible expandíase polo seu corpo, o que fixo que Eila berrara de dor. Xa case cas lágrimas nos ollos, un fogonazo de luz branca acompañada dunha ráfaga de vento deixouna inconsciente.

Cando espertou, ca respiración entrecortada e aínda co colgante na man, estaba ao pé da mansión, e xa non había volta atrás...

martes, 1 de septiembre de 2015

PEONES DETRÁS DE UNA VITRINA, II - #ProyectoParaDos

Para leer la primera parte de "Peones detrás de una vitrina" debes ir al blog de mi querida compañera Linda Ravstar. Este relato participa en Proyecto Para Dos de Reivindicando a Blogger.

*Hambre, señal, intención, entierro, desafortunado*




Diana esbozó una sonrisa de puro placer maquiavélico cuando escuchó el sonido de la cerradura al abrirse. Mientras le daba una gran calada a su cigarrillo de tabaco rubio, giró la lujosa silla de escritorio en la que esperaba para poder ver la cara de Javier en cuanto cruzase el umbral de la puerta.
―Has tardado menos de lo que me esperaba ―dijo, con esa sonrisa clavada en los labios.― ¿Has vomitado?
―No, no lo he hecho―, murmuró el chico mientras se quitaba el abrigo y la bufanda, dejando ver el rostro a su mentora.― Debo reconocer que me ha resultado demasiado…satisfactorio.
Javier alzó la mirada y le entregó la pequeña caja de madera a Diana. Mientras la mujer observaba su contenido, el muchacho se fijó en las expresiones de su admirada maestra: esos ojos verdes, muchas veces serios, ahora brillaban con expectación; sus labios dibujaban una mueca de deseo contenido, mientras sus manos se abalanzaban prácticamente hacia el contenido de la caja. Javier comprendió que ella disfrutaba más que él con todo aquello, a pesar de ser él el protagonista de aquella noche. Diana lo miró con orgullo, se levantó y le plantificó un sonoro beso en la mejilla. El muchacho supo así que había completado el primer módulo con éxito.
―Ve a lavarte, no debes llegar tarde a casa.  Hoy ha sido una noche larga y debes descansar. Ya sabes qué hacer con la otra ropa, y yo colocaré mientras tanto esta preciosidad en la sala.
Javier asintió con la cabeza y se retiró de la sala. Cruzó el pasillo del enorme apartamento de Diana y se dirigió a una pequeña estancia, detrás de la cocina, en la que estaba la caldera. Al lado de la misma, un pequeño horno de fuego llameaba en la oscuridad. El chico abrió la puertecilla por la que se alimentaban las llamas y tiró allí toda su ropa manchada. Sonrió al ver cómo el fuego consumía las prendas con rapidez, y se quedó allí, sintiendo orgullo de sí mismo, hasta que no quedó más que ceniza. <<Bien hecho, Javi, bien hecho>>, se repetía una y otra vez, como si intentara convencerse de que sus actos habían sido realizados para justificar una nueva manera de hacer arte, y no por la mera sed de sangre de la parte más oscura de su alma.
Mientras tanto, Diana abría una botella del mejor vino tinto de su reserva. Cogió una elaborada copa de la cómoda del salón, y vertió con suma elegancia el vino en ella. Dando sorbos a su bebida preferida, recorrió el pasillo de la casa en dirección contraria a la que lo había hecho Javier unos minutos antes. Apoyó brevemente la copa de vino y la cajita  en una pequeña balda que había a modo de adorno en la pared del pasillo, para poder coger la llave que llevaba colgada del cuello y que abría la última puerta de la casa. Canturreando una melodía por lo bajo, la mujer recorrió las estanterías de la gran sala, de estilo rústico, hasta que llegó a una que estaba casi vacía. Con una sonrisa más marcada aún que antes en su rostro, dejó la caja de madera allí, y se bebió su copa de vino pensando en los siguientes pasos que daría próximamente junto a su pupilo.

A la mañana siguiente, a Javier lo despertó el sonido del timbre de su casa. Sobresaltado, se levantó de la cama, y medio adormilado miró el reloj de la habitación. <<Dios, la una de la tarde, ¿cómo he podido dormir tanto?>>. Con la pereza del recién levantado fue lentamente hacia la puerta del pequeño piso en el que vivía con sus padres. No se sorprendió en absoluto cuando vio a su amiga Nayara en el rellano. Con un gesto que oscilaba entre el enfado y la alegría por ver a Javier, sus ojos azules se clavaban en él de manera inquisitiva, y el muchacho ya sabía lo que iba a decir antes de que pronunciase palabra alguna.
― ¿Por qué no has ido a clase, idiota?― preguntó la joven enfurruñada.―Los descansos  del café son más aburridos si no te tengo a ti para darte el coñazo.
Javier no puedo evitar soltar una carcajada ante la incapacidad de su amiga para enfadarse con él. La entendía bien, ya que él tampoco era capaz de enfadarse con ella más de diez minutos seguidos. Tantos años juntos, aguantándose el uno al otro, habían forjado una amistad prácticamente indisoluble. Y sin embargo, aún había secretos que guardar. << ¿Entendería ella lo que hago?>>, pensó casi sin darse cuenta el muchacho, recordando que Diana le había prohibido expresamente involucrar a su amiga en el asunto.
―Me he quedado dormido, Nay, discúlpame por no avisar. Te compensaré con un café en mi cocina.―Antes de que hubiese terminado la frase, la joven ya se estaba sacando el abrigo y acomodándose en el sillón. Nayara era así, rápida, energética, <<como un huracán>> pensaba muchas veces Javier. Ella era su mejor amiga, su hermana, el apoyo de su vida. Sólo de pensar que podía perderla por llegar a ser él mismo, se le ponían los pelos de punta de verdadero terror.
―No me mientas, Javi. Sé perfectamente que anoche hiciste algo. No sé el qué exactamente, pero sí sé con quién― dijo Nayara con una sonrisa traviesa.―Has estado con la chica pelirroja, ¿verdad?―A Javi se le hizo un nudo en la garganta, sin saber muy bien qué contestar.―Venga, hombre, cuéntame ya qué has hecho con Diana, tengo ganas de marujear.
― ¿Y tú cómo sabes que se llama Diana? No habrás estado cotilleando el móvil, que nos conocemos, ―respondió Javi, sin darse cuenta de que una mirada sombría pasaba momentáneamente por el rostro de su amiga.
― ¿Eh? ¡Pues claro que te lo he mirado en el móvil, idiota! Pero venga, vamos a dejarnos de tonterías y prepárate para unas magistrales clases de Historia Antigua, que no voy a permitir que te retrases en las clases, ―contestó Nayara rápidamente, cambiando de tema de conversación a lo brusco. Javier no le dio más importancia al asunto, y se centró en las explicaciones de su amiga, él tampoco quería correr el riesgo de suspender y perder la beca que le habían concedido en la Universidad.
Después de unas horas de estudio intenso y una comida entre risas y cotilleos, Javier acudió a casa de Diana, como casi todas las tardes. Esta vez la mujer le había pedido que fuese un poco antes que de costumbre, y que acudiese con ropa oscura y elegante. Mientras el muchacho avanzaba por las sinuosas calles de su barrio, bajo un manto de oscuras nubes, se preguntaba cuál sería la lección de hoy, y se retorcía de impaciencia por saber si le daría luz verde para empezar a coleccionar con ella. Media hora más tarde, el muchacho cruzaba la última calle antes de llegar al portal de Diana. Al contrario que otras veces, ella ya estaba en la calle, vestida con un largo y elegante abrigo negro, que sólo dejaba ver unos finos tacones de aguja.
―Esta tarde tenemos un compromiso, querido mío, ―le dijo nada más verle.―Puede que la lección de hoy sea la más valiosa y…divertida.―Javier notaba cómo ella se retorcía de puro placer por dentro al pronunciar esas palabras. No sabía a dónde lo iba a llevar, pero seguro que le gustaba. Diana nunca decepcionaba, nunca, y estuvo totalmente seguro cuando vio aparecer una gran limusina negra al doblar la esquina. Su mentora le guiñó un ojo, con la intención de provocar en su pupilo la curiosidad que a ella tanto le gustaba. Aquel guiño y esa media sonrisa que siempre lo dejaba colgando al borde de su propio abismo fue todo lo que necesitó el joven para subirse al automóvil sin pensárselo dos veces.
Apenas había pasado media hora cuando llegaron a su destino. Javier, que había estado sumido en sus pensamientos todo el trayecto, no se había dado cuenta de a dónde lo llevaba su admirada maestra. Lo primero que vio al bajar del coche fue el coche fúnebre: un monovolumen negro con la parte trasera alargada estaba aparcado delante de una elaborada verja de hierro forjado. <<Estamos en el cementerio. Esto se pone interesante>>.
― ¿Sorprendido?―le preguntó Diana pasándose la lengua por sus carnosos labios.
―La verdad es que no me lo esperaba, ―contestó el aprendiz con prudencia, ―pero no ha sido el lugar más raro al que me has llevado.
―Eso es verdad, ―dijo la mujer con una sonrisa picarona mientras evaluaba con detalle las reacciones del chico.
Sin más dilaciones, ambos cruzaron la verja del imponente cementerio. Recorrieron durante unos minutos la senda que atravesaba el camposanto de lado y lado, pasando por las tumbas más lujosas y más bellas. Javier supo que habían llegado a su destino cuando sus ojos se posaron en un grupo bastante numeroso de gente vestida de negro, que observaba con la cabeza baja y el semblante serio cómo un lujoso ataúd de madera descendía lentamente a las profundidades de la tierra.
―Ahora es cuando me explicas qué hacemos aquí, en un entierro.
―Silencio, querido mío. Tu tarea de hoy va a ser observar y deleitarte, ―le explicó Diana. ―Quiero que te fijes en sus rostros, en sus ojos, en sus gestos. Quiero que saborees la amargura de sus lágrimas y el dolor de sus corazones. Esto es el culmen de todo nuestro trabajo, de nuestro fuego, de nuestro esfuerzo. Esto es arte, Javier, la consecuencia más placentera y más duradera de nuestra obra.
Mientras hablaba, al muchacho se le abrían cada vez más los ojos, y sentía  ese furor recorriéndole  todo el cuerpo. Su ansia, su curiosidad y sus ganas de llegar a ser su “yo” pleno se veían alimentadas por el énfasis y la pasión que Diana ponía en sus palabras,  con esos ojos verdes brillando de entusiasmo. Su maestra se quedó entonces en silencio, observando la escena, mientras jugaba con los mechones delanteros de su melena pelirroja. Javier hizo lo propio, y se dio cuenta de que había ciertos rostros entre la multitud que le resultaban familiares. <<Ha dado el paso. El éxito está por llegar>>, pensó el muchacho al darse cuenta de que una de las mujeres de la fila más cercana a la tumba era la alcaldesa de la ciudad. La expresión de su rostro fue tan obvia que Diana le dirigió una mirada de triunfo y regocijo.
―Tenía unas manos preciosas. Y como ya puedes observar, hay que estar dispuesto a hacerlo todo por el arte, ―la mujer hizo una pausa y lo miró fijamente, como si quisiera entrar en su mente. ―Y dime, ¿tú estás dispuesto a todo, Javier?― Él no se atrevió a contestar. Lo único que pudo hacer fue tragar saliva y asentir levemente con la cabeza, con un gesto débil pero sincero, esperando que a su mentora le bastase con eso de momento.

Horas después, el muchacho llegó a su casa, agotado y ansioso a la vez. Esta noche estaba solo, ya que sus padres habían ido a la casa del pueblo a hacerles una visita a unos familiares, y estarían fuera hasta la noche siguiente. Javier se quitó el abrigo y se tumbó en el sofá para relajarse un poco viendo cualquier tontería en la televisión. No dejaba de darle vueltas a lo que había visto esta tarde, y sobre todo a aquella pregunta que le había lanzado su maestra a modo de reto, y que estaba pesando más en él que toda la tierra que echaron los enterradores sobre el ataúd de la sobrina de la alcaldesa. El sonido de unos pasos sobre la madera desgastada del apartamento lo sacó de sus pensamientos. Instintivamente, sus músculos se pusieron en tensión, y mano derecha se aferró al cuchillo que llevaba escondido en la pernera del pantalón. Observó todos los rincones de la sala, escudriñando la oscuridad del pasillo, preparado para saltar en cualquier momento.
―Hola, Javier- y sus músculos se relajaron al instante al ver a Nayara apoyada con desparpajo en la puerta del salón. ―Espero no haberte asustado, ―dijo con una mirada juguetona. Llevaba puesto uno de sus muchos vestidos negros, ese que le quedaba tan bien y que al muchacho le gustaba tanto. La muchacha se acercó lentamente hacia el sofá, con su sonrisa enérgica habitual en el rostro.
―Por Dios santo, Nay, casi me matas del susto, ―ambos se rieron tontamente ante la situación. Sin embargo Javier sentía que algo no iba bien, lo notaba en la tensión del ambiente. << ¿Cómo ha entrado en casa?>> <<Quizás le haya pasado algo>>. Antes de que pudiese preguntarle nada a su amiga, la muchacha morena avanzó rápidamente hacia él y lo abrazó de una manera un tanto brusca, temblando. Javier no sabía muy bien cómo reaccionar, ya que las muestras efusivas de cariño no eran algo propio de ella.
―Javier, yo… Tengo que confesarte algo y ya no aguanto más, ―dijo Nayara clavando sus ojos azules en los de su amigo. ―Somos amigos desde hace mucho y eres un persona importantísima para mí, ―le decía mientras lo empujaba suavemente hasta el sofá, de manera que Javier no tuvo más remedio que sentarse. ―Pero creo que ambos sabemos que aquí hay algo más…
El muchacho no sabía qué hacer. Estaba totalmente embelesado por esos dos ojos azules, y simplemente se dejó llevar. Su amiga se sentó encima de sus rodillas, y acercó lentamente sus labios a los del muchacho. Las respiraciones de ambos se agitaron levemente ante la expectación de algo nuevo en su relación. Justo cuando sus labios estaban a punto de tocarse, Nayara levantó los ojos y los clavó en los de él. Javier se dio cuenta entonces que había caído en la trampa, y que ya era demasiado tarde como para salir de ella.
―Perdóname. ―Y acto seguido Nayara besó con pasión sus labios, mientras la sangre de la primera cuchillada salpicaba la ropa de ambos. El rostro del muchacho se contorsionó en una mueca de sorpresa y dolor, mientras escuchaba cómo su amiga gemía de puro placer con la segunda embestida. Y luego otra, y después otra más, y lo único que Javier percibía era la facilidad con la que el cuchillo entraba y salía una y otra vez de su cuerpo.
Al final, invadido por el sentimiento de traición, lo único que pudo ver era la sonrisa de Nayara, rodeada de sangre, jadeante y todavía con el cuchillo en la mano. Antes de cerrar los ojos, la silueta de su maestra se desdibujó a través de la puerta del salón, y entonces todo cobró sentido para él. Comprendió que él y su amiga habían sido rivales todo este tiempo sin saberlo, ocultándose su verdadero ser el uno al otro, como dos idiotas. Comprendió que la que había estado dispuesta a todo había sido Nayara y no él. Comprendió entonces que ambos sólo habían sido peones detrás de una vitrina, a la espera de que la reina decidiese sus destinos en aquel peligroso juego.
Y a Javier le había tocado perder. 



sábado, 11 de abril de 2015

Consecutio temporum.

Os minutos non pasaban...

As horas arrastrábanse lentas e con preguiza, envolvéndose na lonxitude do tempo. O reloxo do meu cuarto, sumido nas tebras, ficaba quedo. As súas mans quedaran cruzadas naquel intre cheo de ledicia do que eu non quería saír.

Deleitábame unha e outra vez na túa lembranza: os teus ollos, os teus beizos, os teus aloumiños cheos de soidade, unha soidade que pretendía estar acompañada.

Pero todo o bo esfúmase; todo o que eu quería non tiña dereito a ser: porque eu son pecado, porque son o tempo mesmo, porque os propios Deuses non poden permitir que o que foi creado para facer o Mal sexa capaz de guiar a súa alma no Ben. 

Coelum non animum mutant qui trans mare currunt. 

domingo, 25 de enero de 2015

Alter Ego



Todos tenemos un lado oscuro, de eso no hay duda. No obstante, en algunas personas es más fuerte que en otras, aunque el problema empieza cuando ese lado oscuro te atrae como lo hace la miel al oso, deseando que tus peores pesadillas se hagan realidad...

Me encontraba dentro de las ruinas quemadas de lo que parecía haber sido un gran palacio, ahora reducido a cenizas. La nieve y el hielo lo cubrían todo: las piedras partidas, la madera chamuscada y todavía humeante, el camino iluminado por la luna, los altos árboles y el puente que se divisaba un poco más allá. No sabía cómo había ido a parar ahí, pero tampoco era algo que en ese momento me preocupase demasiado. Notaba cómo el miedo recorría todo mi cuerpo, pues empezaba a sentir su presencia, pero esta vez de una forma incluso familiar.

Avancé un poco entre las ruinas, con cautela pero a paso firme. En pocos minutos llegué a lo que antes podría haber sido un gran salón de baile, con un patio central abierto al exterior. En el centro de ese espacio había un pequeño lago artificial, con la forma de un perfecto pentágono. Muchos de los mármoles negros y rojos que componían la estructura de los bordes del estanque estaban partidos o gastados Otros tenían manchas oscuras, quizás sangre seca, lo que le daba a todo el espacio un siniestro aspecto de decadencia tétrica y belleza cruel a la vez. 

Me perdí en mis pensamientos caminando por el salón, tocando las paredes con mis manos, heladas por el frío. A cada cierta distancia un espejo de bordes dorados colgaba de la piedra. La mayoría de ellos estaban rotos y resquebrajados. Por un momento me olvidé del miedo, y me centré en admirar los restos de aquella bella construcción. Posé mi mirada en los elaborados capiteles de las columnas que en otro tiempo sostenían la techumbre y los pórticos del salón. Mientras examinaba los grabados de algunos mármoles, empecé a escuchar un extraño sonido. Al principio no sabía qué era, pero al poner atención me percaté de que era música: violines, contrabajos, violas también, violonchelos, un clave... ¡Era una orquesta!

Cada vez sonaba más fuerte, pero no estaba segura de si era en mi cabeza o quizás provenía de aquel lugar. La música era suave, bella y oscura a la vez, casi parecía que los violines lloraban, mientras el clave acompañaba su lamento con graves arpegios.  Notaba mi cuerpo cada vez más tenso a causa de los escalofríos que subían por mi espina dorsal. Un susurro comenzó a mezclarse con el sonido de la orquesta fantasmal, al principio imposible de entender, después más nítido y claro...

-Ven... ven conmigo.... ven conmigo.... ven...

-¿Quién habla?- pregunté con terror.

-Ven conmigo... Acércate... Déjame entrar.

-¿Quién eres? ¿dónde estás? Por favor, déjame.- Mii voz se quebró en un sollozo de puro terror, mientras la música desaparecía lentamente, quedando sólo aquel horrible susurro.

-Ven...Ven...

Impulsada por la desesperación, intenté salir de allí. Quise correr, pero mis piernas no me respondían. Lo único que podía hacer era intentar descubrir de dónde provenía la voz. Escuché con atención, y después de unos minutos comprendí que los susurros provenían del estanque en forma de pentágono. Encandilada por la voz, que ya no me parecía horrible, sino terriblemente atractiva, me acerqué lentamente. Los susurros ya no eran susurros, ahora eran súplicas, lamentos, pronunciados con fuerza y autoridad. 

Cuando llegué al pequeño lago, mis manos temblaban y mis ojos estaban inundados de lágrimas, pero no pude resistirme a mirar el agua. Me incliné un poco, y para mi tranquilidad sólo vi mi reflejo, mi imagen normal. Mis ojos eran verdes, mi cara reflejaba terror y nerviosismo, el vestido negro estaba en su sitio. Por desgracia, la voz no desaparecía, ni siquiera se atenuaba.

-Ven, acércate. Déjame ser tuya. Ven a mí.

Sin más, me senté en el suelo y sin pensarlo rocé con mis dedos la superficie del agua oscura sin fondo, sólo un toque. Las ondas llegaron a todas las esquinas del estanque, pero extrañamente, en lugar de desaparecer, dieron la vuelta y se concentraron en el centro. Algo se movía allí abajo, y yo sabía perfectamente lo que era. Quise levantarme y no pude, intenté escapar pero sabía que no era capaz, entendí que en el fondo quería verla. De repente, una blanca mano me agarró con fuerza y me tiró al agua. Nadé y pataleé, pero era demasiado fuerte. En unos pocos segundos, había dejado la superficie, ella me llevaba a las profundidades de la oscuridad. Abrí los ojos y miré hacía el lado en el que sentía la firmeza de su mano...

Lo primero que vi fue su rostro. Sus ojos rojos, llenos de maldad se clavaron en mí, mientras su cara se torcía en una cruel sonrisa. Su mirada me atrapó, y un torbellino de emociones empezó a llenarme, a la vez que imágenes de horribles recuerdos se paseaban con rapidez por mi mente.

-Me necesitas. No dejes que ellos te hagan daño. Ven a mí, déjame ser tuya, y acabaremos con todos. Ven a mí, déjame ser tuya, y jamás volverás a derramar una lágrima.

Allí, rodeada de oscuridad, invadida por su presencia y su poder, hipnotizada por aquellos ojos y llena de rabia por todo, no pude resistirme. Me dejé llevar y acepté el miedo, la tristeza, la maldad y sobre todo, el poder. Sentí como las tinieblas invadían mi alma, llenándome de una fuerza fría y cruel, sin límites. Embriagada de estas nuevas sensaciones, confié en aquella otra yo, tan malvada y horrible, y permití que sus labios rozaran los míos... Lo único que iba a hacer a partir de ese momento era disfrutar de la oscuridad, para siempre.



A mi colega Jorge con cariño, que él se entiende, y yo también.  






miércoles, 12 de noviembre de 2014

Reflejos.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor. Me encontraba en un oscuro y frondoso bosque, cubierto casi en totalidad por una espesa niebla. Di un par de pasos, y noté que mis pies se hundían ligeramente en la tierra húmeda, mientras los sonidos de la noche envolvían todo mi ser.

Apenas tres pasos más, y casi me doy de bruces con la puerta de una casa. Miré con atención la estructura: era mi casa. La puerta se abrió sin ruido alguno y entré, como hacía casi siempre,con una sonrisa en mi rostro, invadida por el sentimiento de familiaridad. En el salón estaban mis padres y mis amigos de toda la vida, esperando por mí. "Mi fiesta de cumpleaños", pensé de inmediato. 

Bailes, risas y conversaciones divertidas, pero de repente, los colores de la escena se apagaron. Gritos y acusaciones hacia mi persona inundaban el ambiente. Me quedé sola en lo que ahora parecía un salón vacío y oscuro, con un espejo de pie en el medio cubierto por una tela roja. Fui hacia él con vacilación, y mientras lo destapaba, un escalofrío subió desde la parte baja de mi espalda, haciéndome estremecer. 

Me miro, pero la imagen que me devuelve el espejo no soy yo. El terror se aferra a mi alma y mi cuerpo tiembla. Sus ojos, rojos como el fuego, reflejan la maldad más absoluta que una pueda imaginar. Su rostro se contraía en una horrible sonrisa de perversión, y sus labios dejaban entrever afilados dientes. Su pelo negro y rizo estaba alborotado, y su blanco vestido manchado de sangre.

"No puedes escapar de mí"

Cerré los ojos para no ver a aquella yo tan sumamente malvada y horrible. Yo no era ella, no quería ser ella.

Cuando los abrí de nuevo, estaba otra vez en el salón de mi casa. Todo estaba cubierto de sangre, y los cuerpos de mis seres más queridos estaban retorcidos en crueles posiciones por toda la estancia. Mis manos estaban manchadas de sangre, al igual que mi vestido, antes pulcro.

"No puedes escapar de mí. No puedes retenerme."

lunes, 3 de noviembre de 2014

Pétalos dunha negra rosa, para Em.

Qué dicirche que xa non saibas?

Espero poder seguir contándoche mil cousas. Quero continuar rindo e chorando
ao teu lado, porque contigo as pedras do camiño vólvense nubes claras.

Benvida á segunda década da vida, querida miña. Grazas polos momentos vividos, pero sobre todo, grazas por todos eses instantes que todavía nos quedan por compartir. Síntome afortunada de terte na miña vida.

Quérote a mil, Emily Broken Rose. Parabéns e que sexan moitos máis!



jueves, 9 de octubre de 2014

Carmen Amoris.

Os teus ollos, ledicia da miña mente.
Os teus beizos, alegría do meu cantar.
As túas verbas, doce son da miña melodía.
Ti, e só ti, formas parte da sinfonía da miña vida.

Os teus brazos son a cura para os meus medos.
Os teu cabelos, o reflexo destes intervalos.
As túas mans, refuxio dos meus bicos.
Ti, a miña firme voz.