jueves, 2 de mayo de 2013

El canto de las olas, continuación.

      La madre no podía creer que su niña hubiese desaparecido una tarde entera; ella era muy responsable, y nunca dejaba sus tareas a medias. Su padre Darío, le dió una bofetada, como castigo por la preocupación que le había hecho pasar a toda la familia, pues se contaban historias horribles de niños que se habían adentrado en el bosque persiguiendo a algún animalillo y que jamás habían vuelto. Halia no replicó, sabía que se lo merecía. Después de la cena, se fue a su pequeño cuarto avergonzada. Intentanto conciliar el sueño, no dejaba de pensar en lo extraño que era todo ahora: los cambios físicos, sus sueños, aquellas extrañas sensaciones... pero sobre todo se preguntaba por qué su madre llevaba un colgante igual al símbolo de aquella fortificación abandonada. Sumida en estos pensamientos, cayó rendida al sueño.

    Cuando la luna estaba en lo alto del cielo, y su tenue luz se colaba por la maltrecha puerta, Halia se despertó sobresaltada. No había sido una pesadilla lo que le había desvelado, sino una sensación. Mientras se calmaba, un susurro casi imperceptible llegó a sus oídos. Una voz que no era ni femenina ni masculina clamaba su nombre: "Halia,Halia...Halia,Halia". Semejaba que la voz iba y venía, como si lo recitasen a dos tiempos. A Halia le recordaba a algo, algo relacionado con el agua y que ella conocía, pero no se acordaba. No estaba asustada tampoco, sólo inquieta. Se levantó de su camastro y salió al exterior. Como su pequeño cuarto daba al jardín, sus padres no se enterarían de nada. Miró a la luna y se dejó llevar por aquella voz que la llamaba, y que ahora parecía ir acompañada del rumor de un río. Casi sin darse cuenta, estaba otra vez ante la abandonada edificación. Sin embargo, ahora le parecía todo mucho más bonito, más fantástico, más suyo. Se fijó en que el trisquel dentro del triángulo brillaba con un ligero tono azul plata, que no era causado por la luz lunar. Las voces iban adquiriendo más volumen. Halia escuchó atentamente como ahora el sonido del agua en movimiento se hacía más audible, junto con las voces. La bella joven se percató de que los dulces susurros venían del fondo de la tétrica escalera que se hundía en las profundidades de la tierra. Para poner el pie en el primer escalón se agarró al dintel de la entrada. Al tocar el dibujo, un intenso calambrazo se extendió por el cuerpo de la muchacha, para su sorpresa. Se retorció en el suelo de dolor durante unos minutos, pensando que iba a perder la consciencia. Después de esos instantes, Halia sólo seguía notando un ligero cosquilleo en el medio de la frente. Llevándose la mano derecha a esa zona, sintió un cierto calor. Un ligero surco en su piel repetía las forma del trisquel dentro del triángulo invertido, pero en menor tamaño. La luz azul que iluminaba ahora no venía del dibujo de la puerta, que se había apagado, sino de su frente.
        Completamente anonadada, Halia no pudo resistir la tentación de bajar los escalones. La luz de su marca alumbraba ligeramente el tortuoso camino. Cuando llegó al fondo, sus ojos no podían dar crédito a lo que veía. Era el lugar más hermoso que nunca hubiera visto. No era una fortificación, era un gran templo majestuoso. Enormes columnas de piedra se levantaban muchos metros por encima de su cabeza. Había hasta tres filas, La más cercanas eran retorcidas, y mostraban dibujos de peces y otras criaturas que ella desconocía, que parecían contar una historia. Halia se dejó guiar por el sonido del agua, que la llamaba, aunque las voces hubiesen desaparecido. Guiada por el suave sonido, recorrió el enorme espacio rodeado por columnas, hasta llegar al fondo, donde se alzaba un altar sencillo, pero elegante, cubierto de enredaderas. Detrás habían una pared con el símbolo de su frente, sin pensárselo dos veces, quizás por intuición, Halia acercó su cabeza al símbolo. Para su sorpresa, el muro empezó a desplazarse, dejando ver de donde procedía el sonido del agua. Una gran cascada bajaba por las piedras a lo lejos, entre las pulidas rocas que se podían divisar. El agua desembocaba en una especie de pequeña laguna de aguas brillantes. Todo estaba rodeado por una exhuberante vejetación, y bañada por la luz de la luna. Había una pequeña rampa de piedra que bajaba al agua, con tres estatuas de seres que ella ni había imaginado a cada lado. Halia no pudo evitarlo, bajó presta hasta el agua. A media que se iba acercando, el agua se iba agitando. Ella se despojó de sus gastadas botas, y metió los pies en el agua. Al instante, algo empezó a emerger del agua. El torso de una figura en forma de serpiente gigante empezó a tomar forma. Parecía estar hecha de agua. Unos ojos azules claros, casi plateados, la miraron con devoción y alegría. Una voz potente atronó en el lugar, asustando a Halia.
 -Bienvenida a casa, Hija del Mar. Bienvenida al Gran Templo.
        Un fogonazo de luz brillante desconcertó a la joven todavía más. Todo a su alrededor empezó a girar, y la muchacha cayó al suelo perdiendo la consciencia.
       Al despertar, la Hija del Mar estaba en su camastro, y el sol empezaba a entrar por su puerta abierta de par en par.

1 comentario:

  1. Fascinante, terriblemente intrigante. Espero que sigas muy pronto, y no me dejes con las ganas de saber más.
    Un frío beso.
    Aue atque uale.

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