martes, 22 de julio de 2014

Nulla vita sine Musica.

Talía caminaba sin rumbo aparente por su ciudad, intentando despejar su mente. Sin saber muy bien cómo, había ido a parar, sin darse cuenta, al casco viejo de la urbe. Dejándose llevar por su instinto, se dirigió sin pensarlo hasta una de las puertas de la catedral. El edificio, de estilo románico pero con toques de barroco por reformas posteriores, se alzaba imponente bajo el sol abrasador de verano. Talía se adentró en el interior, atraída por una melodía que alguien estaba ensayando en el órgano de la catedral. Al cruzar la puerta sintió un agradable frescor, comparado con el asfixiante ambiente del exterior. La muchacha se sentó en un banco, y se dejó llevar por el delicioso sonido.

Apenas dos minutos después reconoció la obra que el desconocido interpretaba: era una toccata del gran J. S. Bach, concretamente la BWV 913 en Re menor, una de sus tonalidades preferidas. No se podía creer que justo hoy y precisamente en el mismo momento en el que ella se acercaba a la catedral alguien estuviese tocando una de las obras que más le gustaba. Pensativa, se dejó llevar por aquella magnífica interpretación, mientras tarareaba algunos compases de memoria. Una gran sonrisa iluminó su rostro, y sus ojos verdes se cerraron para disfrutar aún más de esa grata sensación, esa sensación de entender aquello que sonaba, de sentirlo hasta límites insospechados.

Cuando cesó la música, Talía quiso conocer al intérprete, y con algo de vergüenza pero con mucha curiosidad, subió la escalinata interior que llevaba hasta el órgano. Al llegar a la parte de arriba entreabrió la puerta que daba al instrumento, viendo a un joven de ojos verdes y porte de organista que recogía sus partituras. El chico debía tener más o menos su misma edad, y a Talía le sorprendía precisamente su juventud para tocar aquella obra tan complicada de interpretar. Nerviosa, pisó sin quererlo un tablón levantado y queriendo liberar su pie del agujero, cayó estrepitosamente al otro lado de la puerta...

Una voz que tenía timbre de tenor y que sonaba algo impresionada se dirigió a ella.
-¿Estás bien?
-Sí, sí. No te preocupes. Perdona por interrumpirte, yo sólo estaba...-empezó a decir Talía muerta de vergüenza, pero se quedó sin palabras en cuanto se encontró con aquellos ojos profundos mirándola fijamente.
-Si venías a estudiar en el órgano ya te puedes quedar, yo he terminado por hoy
-No, no. Yo venía a conocerte a ti...Quiero decir, que estaba escuchando abajo la toccata y quería saber quién estaba tocando. 
-Sabes que es una toccata, eres músico entonces- Dijo el extraño con una amplia sonrisa-. O también puedes ser una friki de Bach, pero creo que todos los que lo somos, somos organistas o clavecinistas.
-Pues si, en mi caso es porque soy clavecinista. Me llamo Talía, por cierto. Me ha encantado tu interpretación.- dijo ella ya con total confianza. 

El organista la miró con curiosidad y, mientras acababa de recoger sus cosas, dijo- Yo me llamo Daniel y no sabes lo encantado que estoy de conocer a una clavecinista. ¡Sois difíciles de encontrar! Mañana voy a volver a venir a tocar, por si quieres pasarte-. Después de esto se despidió con un gesto de la mano y salió por la otra puerta.

Talía se quedó sonriendo mientras miraba cómo el misterioso organista salía por una de las puertas de la catedral. Después, volvió con calma hasta su casa, pensando con cierto nerviosismo en cómo iba a ser el encuentro de mañana.



No hay comentarios:

Publicar un comentario