sábado, 13 de julio de 2013

Lágrimas silenciosas.

Ahora mismo, en mi casa, mientras escribo estas letras, la luz chispeante de los rayos se filtra por mi ventana. El rumor de los truenos, cada vez más cerca, retumba también en mi interior.
Esta tormenta es una metáfora de mi propia alma, que se debate furiosa, pugnando por dejar salir a mi verdadera yo, esa que sale sólo en contadas ocasiones, delante de personas que o bien no conozco de nada o de aquellas que me conocen demasiado.
 
Las gotas frías que ahora recorren el gélido ventanal, me recuerdan a las innumerables lágrimas de sal líquida que resbalan por mi cara cada día. Son fruto de la angustia que me produce el saber que estoy atrapada en un túnel de oscuridad del que no es posible salir, oscuro, sin fondo, sin brechas. Sólo un pequeño punto de luz brillante que me recuerda a la luna cuanda está llena, se divisa al fondo de tan triste visión. A veces, cuando sonrío de verdad, cuando alguien o algo llega al fondo de mi ser, ese punto de luz se hace más grande, llevándome a pensar que no todo está perdido, y que mis lágrimas ahora tan frecuentes dejarán de serlo algún día.

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