miércoles, 2 de julio de 2014

Purificación.

 Jueves, 21 de Junio, solsticio de Verano.

Día caluroso, como es propio de la época. 

De repente, una tormenta. Dejo de prestarle atención a todo lo que me rodea, y me concentro en el cielo. Oscuras nubes negras empiezan a llegar, raudas, a causa del fuerte viento. El aire se hace cada vez más fuerte, moviendo los árboles que tengo en frente de mi vista, como si fueran frágiles hojas de papel. Abro la ventana de mi terraza y respiro profundamente: huele a azufre, a tormenta, a la furia de nuestra Madre, a la Diosa Primigenia. 

Una gota fría de agua me moja la mano. En menos de cinco minutos todo el suelo se empapa con agua pura. No puedo resistir la llamada de mi Madre y corro hacia la puerta. Sonrío ante los prodigios del mundo, y sin pensar, me quito el vestido negro que ciñe mi cuerpo. También me despojo del collar y de las sandalias, y me suelto mis rizos negros en honor a la Diosa. 

Abro la puerta y pongo los pies en el cálido suelo de baldosas, que se va enfriando poco a poco. La lluvia empapa mi pelo, y las gotas puras caen sobre mi espalda. Alzo el rostro al cielo y me río. Cierro los ojos y abro los brazos, para recibir ese pequeño regalo. La lluvia resbala por mi blanca piel, purificándome. El agua se lleva todos los males de mi cuerpo y de mi alma.

Giro y bailo, porque aquello me produce una gran felicidad. Mi corazón goza también de la tormenta, que me llena de energía y de vida.

Es probable que, si me viese alguien, pensase que estoy loca. Yo creo que los locos son ellos, por no querer abrazar la purificación de uno de los días más mágicos del año.

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